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''El General de chocolate''
Después
de leer una carta de lo más especial, los tres hombres más buenos del
mundo se quedaron sorprendidos, anonadados y patidispuestos.
El Rey Melchor se tiraba de los cuatro blancos pelos de la barba.
El Rey Gaspar contaba una y otra vez, muy nervioso, los dedos de su mano derecha.
El Rey Baltasar se rascaba la cabeza como si le picara la rodilla.
El Rey Melchor gritó:
- ¡Eso no es posible!
El Rey Gaspar gritó:
- ¡Eso no es posible!
El rey Baltasar dijo:
- Pensemos un poco. Un poco más.
Y así, los tres Reyes Magos pensaron tres días más.
Pensaban cuando dormían.
Pensaban cuando comían.
Pensaban cuando daban de beber a sus camellos.
Pensaban. Pensaban. Pensaban.
El Rey Baltasar dijo por la mañana:
- Ya lo tengo.
- ¿Qué tienes? -preguntaron Melchor y Gaspar a la vez.
- Que se le manda lo que nos pide la carta -dijo el Rey Baltasar.
- ¡Ah, no! Eso no -negó el Rey Melchor.
- ¡Ah, no! Eso no -negó el Rey Gaspar.
El Rey Baltasar, entonces, convenció a sus compañeros de que lo mejor
era mandar un paje a Sisaltomecaigo, el país del general Masables. El
paje tendría la misión de informar sobre quién era el general y lo que
pretendía, al pedirles, en aquella carta, que le regalaran un camión de
bombas. Y se envió, en misión muy especial y secreta, al paje Todolosé,
quien regresó siete días después para contar a los Reyes Magos todo lo
que había averiguado.
El espía de sus majestades les dijo:
El general Masables es un hombre muy gordo. Se pasa todo el día comiendo
gallos, codornices y pasteles de nata con piñones. Tiene mal genio.
Cuando se enfada, hasta los árboles tiritan de miedo perdiendo sus
hojas. Es muy avaro; y un envidioso. Ahora se le ha metido en la cabeza
que quiere apoderarse de la nación de Milpaces. Pretende arrebatarles un
gallo llamado Quiquirico. El gallo Quiquirico es el único reloj
despertador de Milpaces. Como no se lo quieren vender ni entregar por
las buenas, les ha amenazado con destruirles sus tierras y arrasar,
desde el aire, sus viviendas.
- Tiene el corazón de madera -dijo el Rey Melchor.
- Tiene el corazón de piedra -dijo el Rey Gaspar.
- Tiene el corazón de hiedra -dijo el Rey Baltasar.
Gaspar, releyendo la carta, insistió:
- Aquí dice que le mandemos un camión de bombas.
- Bombas de verdad -recalcó el acento de Melchor.
- Pues bombas le empaquetamos -dijo sonriendo pícaramente Baltasar-. No podemos defraudarle.
Entonces los tres Magos se pusieron a fabricar bombas y más bombas. El paje Todolosé se acercó a los Reyes y les dijo:
- Tenemos una protesta del pueblo de Malgatos. Se quejan los labradores
de que les han desaparecido de sus almacenes muchos sacos de harina.
- Ya solucionaremos más tarde su problema -contestó el Rey Gaspar mientras fabricaba las bombas.
El paje Todolosé les dijo en otra ocasión:
- Los habitantes del pueblo de Tontarón se quejan de que les han desaparecido de sus casas los sacos de azúcar.
- Ya solucionaremos más tarde su problema -contestó el Rey Baltasar mientras preparaba las bombas encargadas.
Y así, fabricando bombas y más bombas, llegaron hasta el mismo día cinco
de enero, noche de Reyes. Cargaron en cien camellos las municiones y se
pusieron en camino hacia la nación del general Masables. Cuando
llegaron a su palacio, dejaron en un rincón de la ventana las bombas
solicitadas. El general Masables, al despertar, se puso muy contento: ya
podía comenzar la batalla. Ya podía empezar a destruir las calles, las
casa y las escuelas de la nación de Milpaces. Estaba muy contento el
militar. Pronto de apoderaría del gallo Quiquirico. Su estómago saltaba
de alegría. Por la tarde, cargó de bombas a setecientos setenta y siete
aviones de combarte. Con ellos, se dispuso a atacar a la nación de
Milpaces. Desde el aire las iba arrojando. Al caer de lo alto, los
explosivos se fueron abriendo. De su interior salían todo tipo de
golosinas: caramelos, bollos, pasteles muy variados, etc. El general, al
comprobar lo que estaba ocurriendo, se mordía de rabia las uñas de los
dedos y gritaba muy enfadado:
- ¡Me han engañado!
Los Reyes Magos, desde el suelo, se lo estaban pasando "bomba". Ellos
habían cumplido. Le habían traído lo que en la carta pidió.
El general regresó a su nación avergonzado.
- Soy tonto. Un tonto -voceaba dándose golpes en la nariz.
Una noche, cuando el general estaba haciendo planes para atacar de
nuevo, le llegó el hambre al estómago. Y como era muy golosazo y
comilón, probó una de aquellas bombas tan dulces. Aquella bomba,
mientras dormía, le fue recorriendo el cuerpo por dentro hasta colocarse
en el mismo centro de su corazón. Y el corazón -dicen unos- se le
convirtió en chocolate. Hoy le llaman "el General de Chocolate", pues
nunca un hombre, desde entonces, desde la llegada de los Reyes Magos,
fue tan buenazo.
Los tres Reyes ahora siguen por otros caminos. Van dejando en los
pueblos de Malgatos y Tonratón los sacos de harina y azúcar que les
quitaron para fabricar las bombas de golosinas. Y también, claro que sí,
todos los pedidos de miles y miles de niños y niños que no pegan ojo,
esperando que por la mañana, los zapatos se llenen de regalos y pelos de
camello. ¡Qué cosas pasan, qué cosas, a ver si con estas prisas, los
Reyes Magos ni tienen tiempo de probar un poquito de roscón! |
José González Torices nació en Quintanilla de Olmo (Zamora). Cursó
estudios de Magisterio, Filología Hispánica y Arte Dramático. Desde 1976
reside en Valladolid. Es autor de más de medio centenar de libros entre
poesía, cuento, novela y teatro. En la actualidad dirige las
colecciones "Fuente Dorada" de Teatro Infantil y Juvenil, que edita Caja
España, de Valladolid; la de "Zoo de Papel" de Literatura Juvenil, en
Ediciones Paulinas (Madrid); y la de "Campo de Marte" de Teatro Joven y
"Galería del Unicornio", Teatro Infantil y Juvenil, de la editorial CCS
(Madrid). |